LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 56

15 enero 2015 at 9:38 5 comentarios

¿Qué sucede si dejamos afuera de nuestro bagaje una obra como “Ser y Tiempo”? ¿Qué le produce al aficionado a la filosofía abandonar un texto mayor? ¿Lo mismo que a un estudiante de una Yeshivá que ha perdido una letra de la Mishná?
No vamos a evitar la sensación de no cumplir con algo, de haber malogrado una oportunidad, de perder o de estar en falta. Pero no todo está perdido ya que hay textos a los que siempre volveremos. Quizás no para releerlos sino para volverlos a abandonar. Escritos fundacionales que nunca dejaremos de abrir, leer unas páginas, y dejarlos en la mesa, mirar la tapa un par de semanas, y reubicarlos en el estante del que provenían.
“Ser y tiempo” ya está cerrado, descansa sobre mi mesa de trabajo, no sé aun el día en que regresará a la biblioteca.

Aprovecho el paréntesis que se abre ante este renovado abandono de un libro, para anticipar mi plan inmediato. Tengo tres libros en mi mente y en la mano. Uno es el curso de filosofía de Witold Gombrowicz; otro es el que me llegó ayer, lo estoy devorando, el de Bernard Henry Lévy “De la guerre en philosohie”, y el reciente envío de Amazon: “Being in the world”, de Hubert Dreyfus. Le agrego un cuarto: las conversaciones entre el filósofo Guy Lardreau y el historiador Georges Duby que podrán ser útiles para discutir desde el punto de vista de la historia el problema de la erudición. Es tedioso.
Comenzamos por mi reencuentro con el maestro Witold Gombrowicz, mi maestro, otro más que no conocí personalmente ni me conoció. Sí he conocido a todo el grupo de sus discípulos argentinos y con uno de ellos, el más importante, soy amigo, y ha sido mi compañero de ruta durante los primeros años de mi labor pedagógica en todos los lugares por los que he deambulado.
Ahora recuerdo que con Juan Carlos Gomez, “Goma” sólo he intercambiado mails, pero tuve mis conversaciones con Dippy y Betelú, los dos fallecidos.
Si quieren saber algo de estos amigos vean la película de Alberto Fisherman, “Gombrowicz o la seducción”.
He hecho un mundo de mi interés por Gombrowicz. Hace más de treinta años viajé a París para hablar con Rita Labrosse, la esposa del escritor polaco, y gracias a ella pude tomar contacto con algunos de los polacos en el exilio que conocían a Witoldo, como Cot Jelenski. Pude conseguir, además, un escrito inhallable de Arthur Sanduer publicado hacía mucho tiempo por “Les temps modernes”.
Quería escribir sobre su obra y su legado, di varias vueltas hasta que lo pude hacer. Pasaron los años, escribí un texto breve “Gombrowicz y el aburrimiento” que publiqué en “Pensamiento rápido” y en el año 2004, dos décadas después de aquel primer viaje, hubo otros, incluí en “Fricciones”, un ensayo, “Los polacos”, en el que la figura de Gombrowicz danzaba en una especie de coreografía con Bruno Schulz, Ignace Wittkievicz, y los hermanos Singer.
Es uno de mis mejores escritos, nadie hizo tal recorrido sobre un escritor venerado en los círculos literarios argentinos, mostró los inconvenientes de ser gombrowiciano, la incubación de un virus de esterilidad para quien lo idolatra, ni analizó su obra en disonancia con la literatura idish. El libro no mereció el más mínimo comentario de la crítica, hasta hoy, y mañana.
Desde ese momento, han pasado diez años – me da un poco de pudor fechar cada paso sobre este asunto pero la vida junto a Witoldo ha sido larga – y este volver a vivir es especial.
Cuando reeleía “Ser y tiempo”, recordé el curso de iniciación de historia de la filosofía que Gombrowicz impartió en su casa de la ciudad del sur de Francia, Vence, a su esposa y al crítico literario Dominique de Roux.
Fue en el mes de mayo de 1969, dos meses después muere Witoldo. Parece una escena copiada del “Fedón” de Platón. Los discípulos que rodean y protegen al maestro que sabe que la muerte si no inmediata, le es cercana.
Gombrowicz padece un asma crónico, había tenido un problema cardiaco hacía poco tiempo, y debió mudarse a un sitio con un clima templado y seco para aliviar sus pulmones.
Ya premiado por su novela “Cosmos”, en esos días no escribe, pero por una ocurrencia de estos dos seres que lo acompañan, programa este “Curso de filosofía en 6hs 15 minutos”.
La enseñanza de la filosofía que por mi parte intento escribir en este espacio, es un ensayo de presentación de la filosofía de acuerdo a mi experiencia de aprendizaje, y mis lecturas. Gombrowicz es mi maestro, porque es a partir de su pensamiento que tuve la idea de “pensador bajo”, figura que me permitió titular y organizar mi primer libro.
También fue quien describió como pocos que la adquisición de conocimiento es la expresión de una voluntad de poder y se decide en un duelo. Por eso en mi trabajo recreó la escena de su combate con Bruno Schulz, el único en el que tuvo que retirarse sin gloria.
Es el pensador de la forma, y, en especial, de la lucha contra la deformidad. Y un crítico de la cultura y de sus protagonistas, habitantes de la bombonería que se hace llamar concierto, exposición, poesía, instalación, valores nacionales, crítica literaria y emoción estética, representados por su personaje Pimko.
En “Fricciones” escribí sobre la bombonería nacional, sobre Piglia y Aira, del modo en que dividían en lotes la afición nacional. El hombre que construye su carrera con esfuerzo, compromiso social y prensa, y otro superdotado que hace gala de un talento mayúsculo del que dice que le sale sin querer y sin pensar.
El trabajo sobre Artaud y su editor- que completaba el libro – me servía para mostrar en el surtido de confites de nuestra cultura, que tiene por relleno la idea de que el arte sale de las entrañas y que se mide por una intensidad máxima expresada por gritos, poner cara de malo o mala y tirarse al piso. O sea, la vanguardia.
No sé por qué nadie hizo siquiera una reseña de mi hermoso libro.
Del que hablaremos ahora es un curso “bajo” del escritor de la inmadurez. Nos mudaremos a Vence, una tarde de primavera, clima agradable, en el living comedor de la casa del escritor, con sus ventanas abiertas por las que entra la luz crema del “midi” francés.

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5 comentarios

  • 1. Elías  |  16 enero 2015 a las 8:55

    «El traidor» un texto de Jorge «Dipi» Di Paola Levin
    Tandil finales de los 50′

    «Él (Witold Gombrowicz) vivía una piecita que alquilaba, escribía todas las mañanas, era muy metódico y se enojaba si no aparecíamos con puntualidad a las citas que nos hacía en el bar, dándonos una grotesca diatriba acerca de la impuntualidad criolla. Pero enojado realmente, lo vi una sola vez y fue precisamente conmigo; fue la única vez que desfacé la confianza que me tenía.
    Recuerdo que él quería dar conferencias sobre existencialismo y como yo era el más formal del grupo me encomendó organizarlas, y acepté, pero con la idea de jugarle una broma. Había en el pueblo un pintora solterona, una de esas típicas solteronas de pueblo que además pintaba muy mal, y no se me ocurre mejor idea que hacerle creer a Gombrowicz que había divulgado lo de la conferencia por todo el pueblo, mientras en realidad había invitado solamente a la solterona. Tuvo que tragarse dos horas hablándole sólo a esa mujer, se agarró una rabieta tan grande que me echó del grupo. Les decía a mis amigos (Mariano Betelú, Jorge Vilela etc.) que yo era un traidor y ellos me veían solamente en secreto».

  • 2. Marcelo Grynberg  |  16 enero 2015 a las 10:21

    Esteee, digo yo, que tal estaba la solterona ? 🙂

  • 3. MaCristina  |  16 enero 2015 a las 11:52

    Philooooo!!!! Creo que tu desaire de tiempo atrás lo ha dejado a Marcelo Grynberg en un estado de confusión y búsqueda desesperada!

  • 4. Marcelo Grynberg  |  16 enero 2015 a las 12:51

    Confusion ? Y, puede ser. Pero no deseperado.
    Saludos !

  • 5. marlaw  |  17 enero 2015 a las 9:40

    Yo voy a seguir el consejo del Profesor y tambien voy a dejar a Heidegger y junto a él Hubert Dreyfus pero en lugar de un estante de la biblioteca los dejare en el archivo del disco rígido donde se encontraban. Para calmar la ansiedad oral, que me provocó el intento de lectura trataré de reencontrarme con el mundo yendo a Guerrin a comer una de muzzarella , bajada convenientemente con algún tinto que se deje beber sin demasiadas objeciones. Pero antes de despedirme de Heidegger voy a dejar planteada una pregunta, y mi respuesta. ¿Sabía «a priori» Martin Heidegger hacia donde se dirigía y a donde pensaba arribar cuando se dispuso a escribir «Ser y Tiempo» ? Yo creo que sí. Pero Heidegger no deseaba aparecer representando el papel de un teólogo, y mucho menos de un predicador. Con toda esa compleja construcción Heidegger pretende enmascarar su idea para que esta surja o salga al encuentro del lector como el producto de su especulación y no como la hipótesis previa de una demostración. Heidegger lo que desea es que «filosóficamente» la existencia de lo que vulgarmente conocemos como «el alma» aparezca ante nuestra vista de manera irrefutable. Es esta la manera de preparar y abonar el terreno para la llegada de Dios


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