¿Terrorismo ideológico?

No, tiene razón Cuervo, las palabras tiene su peso y la significación de las mismas son herramientas de uso político. Bastardearlas es una de las formas de la política y decir «terrorismo» es efectista e irresponsable porque vivimos en libertad de opinión y no hay persecución por lo que se dice. ¿Pero cuál es la palabra que mejor puede dar cuenta de quien nada escucha ni lee de lo que se escribe y concluye que el esfuerzo por avanzar en la explicitación de los problemas comunes se reducen a «estar a favor de los intereses de la Sociedad Rural y del Grupo Clarín? ¿ O que los críticos de la política oficial odiamos a los negros y le hacemos fácil el camino a los golpistas?

Decir «maniqueo» es una remisión pseudoreligiosa. Hablar de «chantaje» o extorsión moral como lo he hecho desde el acto gubernamental de la Esma en el 2004, no me parece ajustarse a lo que se juega hoy en el plano político-económico.  Decir «fanatismo» no corresponde a una serie de actos estratégicos elaborados con fines de manipulación y no a un ímpetu incontrolable y violento.

No hay persecución pero la presión de un probable estallido existe. Me dicen que en el programa de Tenembaum-Zlotoviajzda hay un conteo regresivo de los días que faltan para el fatídico 2 de mayo. El gobierno decretó la existencia de una situación beligerante y ubicó a sus adversarios en el eje del mal. Especula con que la agresividad es mejor recibida por la mayoría de la sociedad argentina que la debilidad. Es probable que tenga razón.

He insistido en que la situación económica actual no tiene un culpable y que la responsabilidad es compartida. Todos querían que la sociedad recuperara sus fuentes de trabajo y que bajara la desocupación. Los medios para hacerlo no abundaban. Muchos se beneficiaron. para comenzar los sin pan y sin trabajo. Luego los comercios por la recuperación del poder de compra y el turismo masivo que goza de un país barato. La industria que con un dólar caro a pesar de su devaluación crónica a nivel mundial permite que los productos importados no sustituyan a los nacionales. El campo que se capitalizó con el sideral aumento de las materias primas consumidas en el Extremo Oriente. El Estado que mediante la devaluación congeló los salarios estatales y pudo controlar su presupuesto cobrando los excedentes de ganancia agrícolas y un IVA creciente por el auge del consumo.

Todos por el aplastamiento de tarifas en servicios y transporte compensados por subsidios. Así que hablar de victimización es por lo menos exagerado. Sin duda que medidas de reajuste gradual podían haberse tomado a tiempo pero la política no es para ingenuos. El sistema de elecciones permanentes dificulta las medidas impopulares y la soga por lo general se estira más del tiempo recomendable.

El escándalo numérico del Indec comenzó con Lavagna que incluyó e el rubro «trabajador» a los beneficiarios de planes de hogar por $150 y bajó la desocupación con su guadaña algorítmica.

No hay un culpable.

Y no hay complot contra el gobierno. Borremos la palabra «terrorismo» de la discusión política y pensemos el problema. Uno de sus aspectos es la decadencia de los intelectuales que legitiman el engaño y se ponen al servicio de los intentos de idiotización generalizada. ¿Actúan de buena fe?

Recibí un manifiesto de los mentores del Observatorio de Medios y muestran en él una pedantería de supuestos expertos en comunicación que supone la analfabetización universal. Emplean un lenguaje pretendidamente sabio y denuncian de que son objeto de la persecución de los grandes monopolios de prensa que empalidecen ante el rigor de sus futuras investigaciones.

Estos señores de la izquierda intelectual no tienen el menor recato y apenas les abren una sucursal de la Academia Pitman hacen cola para retirar sus credenciales. De pertecenecer a una Facultad marginal y subvaluada se han vuelto doctorcitos copetudos gracias a su roce con el poder.

Los que nos llamamos intelectuales podríamos hacer algo más que participar del clima «estratégico» y de la postura de ser parte de una revolución en nombre de la revitalizada lucha de clases. Podríamos también decir la verdad. No la de Platón sino la de  esta tierra. Nuestra función social no es la de servir al poder dándole retórica para el embaucamiento nacional y popular, sino la de pensar la responsabilidad de una sociedad en ciertas decisiones de  sus gobernantes, y de las maniobras del personal gubernamental para perpetuarse en el poder político y enriquecerse en el económico.