FERIA DEL LIBRO


Tomás Abraham

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26 abril 2024 at 10:16 Deja un comentario

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Me llama un periodista de un diario para pedirme una reflexión sobre Kant porque se cumple el trescientos aniversario de….calculo…su nacimiento.

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Entrevista

ARTE Y LETRASENTREVISTASFILOSOFÍA

Tomás Abraham: «Milei está en un proceso de búsqueda de identidad que es típico de la adolescencia tardía»

Escrito por Gonzalo Santos
Fotografía Pablo Scavino

Tomás Abraham para Jot Down

Hace unos años, en uno de los estudios que tuvo en la Ciudad de Buenos Aires, el filósofo Tomás Abraham (Timisoara, 1946) tenía un cartelito de madera que lo identificaba como «sofista»; pero quizás la etiqueta griega que mejor lo define no es esa sino la de «parresiasta», en el sentido de que no tiene ningún tipo de tapujos y, cuando habla —o cuando escribe—, embiste contra quien sea, sin medir consecuencias. Así lo viene haciendo hace más de treinta años en programas de televisión y de radio, en libros y en clases. El Mayo Francés —movimiento del que participó— le dio una libertad con la que construyó un estilo y una forma de relacionarse con el mundo y, sobre todo, con el poder. El adolescente tímido y tartamudo que llegó a París a fines de los sesenta se transformó, de pronto, en un alborotador capaz de lanzar adoquines desde una barricada, y ya no hubo vuelta atrás, si bien la experiencia no decantó inmediatamente. Durante doce años, dirá, vivió en una caverna de opresión y angustia, atormentado por todo tipo de fantasmas, hasta que se dio cuenta de que salir era más simple de lo que pensaba. «Me llevó dos pasos: hice uno, miré, hice el otro, y ya estaba afuera».

A partir de entonces, se dedicó de lleno a la filosofía a partir de un eros pedagógico que atraviesa casi todo lo que hace. Al día de hoy lleva publicados más de treinta ensayos, varios de ellos sobre quien fuera su maestro, Michel Foucault, y dice que no pasa un día en que no subraye libros y esboce algún pensamiento. También mira mucho fútbol, pero ese tema lo dejamos para otra ocasión. Sobre la mesita del living —ahí estamos— se ven varios libros de Borges. La entrevista, por supuesto, empieza por ahí.

¿Por qué Borges?

Es que ahora estoy trabajando sobre la llamada Década Infame. Hace mucho que estoy con ese tema. Y lo hice girar alrededor de la figura de Roberto Arlt, como un ancla. Pero le quiero agregar Borges, porque escribió varios libros durante la Década Infame. Su primera obra en prosa es de 1930, la de Carriego. Entonces voy a aprovechar para desasnarme, porque a Borges lo leí salteado y nunca fui un fan, porque lo que lo conmueve no me interesa demasiado, incluso me aburre, pero me encanta a veces la escritura que tiene. Es un poeta. No tiene el vuelo de Pessoa, mi poeta preferido, ni su profundidad filosófica, pero su estilo esmerilado y preciso cautiva.

Es raro que te aburra, porque su obra está atravesada de filosofía

Bueno, eso es justamente lo que me aburre. Eso me aburre totalmente [risas]. No me llaman la atención las filosofías de Berkeley ni la de Carlyle.  

A los filósofos les suele gustar. Tu maestro Foucault, y tantos, lo han citado en sus escritos.

Y sí, ¿qué te voy a decir? ¿Que Borges no se aprecia en el mundo? Es así. Pero a mí me aburre el tema de los espejos, del laberinto, del tigre, el tiempo, la eternidad. Ahora quiero meterme un poquito más, pero por el lado de la década infame.

¿Y a Roberto Arlt lo habías leído bien, o salteado, también?

Lo leí en la adolescencia, y después lo retomé. Volví a leer Los LanzallamasLos siete locosEl juguete rabioso, alguna obra de teatro y fundamentalmente las aguafuertes. A mí no me gusta el novelista. Erdosain es un personaje demasiado artificial. Como toda la trama que tanto seduce a los buceadores de morbosidad y revolución. Los sobrinos del Divino Marqués. Lo que me gusta son las aguafuertes. Me gusta el Arlt periodista. Las Aguafuertes son una obra maestra.

¿Y dentro de la literatura quién te gusta?

Eso depende. Yo no leo mucha ficción. Leo la ficción si me sirve para algún tema que estoy estudiando. Ahora estoy leyendo Moby Dick, de Melville, porque otro de los temas que estudio es la filosofía norteamericana entre 1830 y 1870, y me viene bien Melville, que además me parece un muy buen escritor. A mí lo que me aburre son las aventuras. En general para imaginar cosas me gusta la historia, me gustan las biografías.

Tus últimos libros son justamente eso: historia, biografía. En Diarios de un abuelo salvaje, que es lo más reciente, narrás tus vivencias durante la pandemia. ¿Cómo nace la idea de ese libro?

Yo había escrito La Matanza negada sobre el genocidio de los judíos en Rumania, mi país natal, en los primeros meses de la pandemia, hasta julio, y en julio lo abroché. No encontré editor y con los que tenía no me entendí. Lo puse en un cajón. Desde el momento en que puse en un cajón ese libro, me quedé sin laburo.

¿Te quedaste sin laburo?

Y sí. Estaba en casa, en cuarentena. Para mí el laburo es escribir algo, tener el proyecto de un libro, y no tenía ningún proyecto. Entonces todo el Diario de un abuelo salvaje, que tiene como bajada «un profesor en tiempos de pandemia», empieza con un relato relacionado con lo que le pasa a un profesor que se cansó de estudiar. Yo no daba más y todo el diario tiene que ver con eso. Me sentaba a la mañana a escribir qué le pasaba a mi cabeza, que es una cabeza que ya está formateada para estudiar.

¿Dejaste de estudiar y también de leer?

No, cambió el chip. Yo leía, leía por placer, pero, hablando en lacaniano, había perdido el goce. Tenía placer, es decir, hacía lo que se me cantaba, leía lo que quería, empecé a leer ficción y eso me daba mucho placer, pero había algo que me faltaba y era esa gimnasia que te da el estudio. Entonces yo empiezo a escribir sobre eso y sobre las cosas que me pasan en la cuarentena. En casa de repente yo era el encargado de la aspiradora y de otras tareas domésticas. Me ponía a mirar por la ventana. Hacía gimnasia. Ponía música y bailaba contra la pared. Y empecé a escribir este diario, pero era para mí. Escribía para mí, lo que ya implicaba una cosa distinta y escribía lo que se me ocurría.

¿Estabas seguro de que no se iba a publicar?

Yo no estaba seguro de nada, pero no tenía el ojo del gran hermano, que es el del editor y el del lector. Entonces escribía según aparecían las cosas. Y no era un diario propiamente: era escribir. Yo leía y escribía, que es lo que me gusta y lo que sé hacer. Recién en octubre del 2022, cuando ya tenía un millón y medio de caracteres escritos, me dije: «¿Qué estoy haciendo? ¿Cuándo va a terminar todo esto? ¿Es un texto infinito, tipo Borges?». Al principio entendía que no era un libro, pero después pensé: la verdad que cuando uno escribe así todos los días está escribiendo un libro. Entonces se me ocurrió que si es un libro tiene que terminar.

Pero lo seguiste escribiendo aún después de la pandemia.

Seguí porque no tenía actividad de estudio, porque realmente me había cansado de estudiar… En realidad pasaron muchas cosas.

Bueno, tuviste una operación del corazón.

Tuve una operación, sí, y esa operación me obligó a estudiar.

¿Por qué?

Para darme fuerza de curación, incluso en terapia intensiva. Cuando yo en terapia intensiva pude agarrar un libro y subrayar, fue una esperanza de vida. Yo quería vivir. Desde ese momento hubo un proyecto. Yo estaba vendado como una momia en el cuarto, me sentaban y subrayaba. O sea, yo ya estaba laburando, ya estaba trabajando. Y cuando volví a casa ya estaba estudiando de nuevo.

Tomás Abraham para Jot Down

¿Y cómo viviste esa situación? Sé que le tenés terror a la muerte. De hecho no reflexionás ni teorizás sobre eso.

No sé, estaba en manos de otros: no tenía poder, no sabía bien de qué se trata. Todo fue rápido. Me agarró en la calle. No sabía qué me iban a hacer. Me dijeron una palabra que es bypass, que yo no sé qué es. Me dijeron que me iban a operar y abrir el corazón. Pregunté quién. Me dijeron tal. Quise saber quién es, o sea: a cuántos mató y a cuántos salvo. Me dijeron: salvó a casi todo el mundo. Ahí me calmé un poco, pregunté si dolía, me dijeron que no.

¿Habías pasado por una situación así?

Nunca. Nunca me pasó nada de este tipo. Y la verdad no tuve pensamientos metafísicos muy finos. Los fui teniendo poco a poco después y están relacionados con una idea de vulnerabilidad con la que no tengo nada que hacer. Tampoco estoy pensando «la vida es frágil», «todo tiene un límite», «viví cada día», «lo que importa es llegar hasta mañana», todo ese tipo de cosas. Lo que te queda es un sedimento. No una reflexión de tipo agarrarse la pera y pensar. Eso no existe. Uno no piensa así. Uno piensa sin darse del todo cuenta. Y yo creo que quedó un sedimento: soy un tipo grande, aparentemente no soy tan joven como creía…

Ahora vamos a volver al tema de la vejez, pero antes quería señalar una cosa. Noto que siempre te definís como «profesor» antes que como «filósofo», «pensador», «intelectual», y eso llama la atención porque la docencia hoy es una profesión desprestigiada de la que pocos se enorgullecen.

Ser profesor es una tarea complicada, difícil, apasionante. Tenés que ser un poco actor, poner el cuerpo. La docencia tal como yo la pienso es una labor de permanente creatividad, de permanente aprendizaje. Estudiás todo el tiempo. ¿Yo por qué estudio todo el tiempo? Porque soy profesor. Y estudio todo el tiempo sobre temas que no conozco. La docencia en parte me obliga todo el tiempo a buscar cosas, porque yo no puedo dar el mismo tema toda mi vida. Es un desafío fascinante.

¿Y por qué te parece que está tan desprestigiada la profesión?

Más allá de los lugares comunes, de todas las pavadas que se dicen, yo creo que el problema no es la educación sino el estudio. La educación no tiene ministerio, la educación no depende del gobierno. La educación es la formación de cualquier ser humano que lo hace en interacción con sus semejantes, vía redes sociales, papá, mamá, cura, rabino, maestros, amigos, amores. Uno se educa con el mundo, y en el mundo.

Entonces lo que está en crisis, de acuerdo a tu mirada, es el estudio, no la educación.

El estudio, sí. La relación profesor/alumno en el estudio. El profesor deja de estudiar, el alumno deja de estudiar, entonces, ¿qué hacen juntos? Si uno quiere preocuparse por el otro tiene que hacerlo estudiando. ¿Si no de qué modo te vas a preocupar por el otro? ¿Con un posgrado en bullying? No, ése no es el tema. El tema es si yo puedo entender cómo funciona el mundo, y para eso tenés que estudiar. ¿Cómo vas a saber cómo es el cuerpo humano si no estudiás? ¿Cómo vas a poder entender cómo hay hambre en un país si no estudiás el poder, la economía? ¿Cómo vas a entender la niñez, la vida, si no estudiás, si no aprendés? ¿Nacés sabiendo? No, no nacés sabiendo. Necesitás estudiar. Bueno, toda esta degradación del estudio yo creo que fue parte de una política premeditada. En nombre de la educación, de los ministerios, de los secretarios, de los ministros, derrumbaron el estudio. Porque el profesor de biología, que de repente estudió biología en la facultad porque le copó, le gustó, está a cargo de una materia a la que no le dan ningún valor, porque le dan valor a cómo ejerce el poder. Le enseñan al profesor que lo que hay que saber es que el alumno sabe, que la información no es lo más importante, que el conocimiento no es lo más importante, que lo que cuenta es la fraternidad y otras moralinas compensatorias al abandono del estudio. Hacen un Foucault de bolsillo y hablan de «verticalidad», de «dominación», y terminaron degradando el estudio. Los alumnos ya desertan en clase. No hace falta que abandonen la escuela como ya lo hacen.

Pero vos sos un profesor que no ha trabajado a partir de una dinámica de «verticalidad». Pienso en el famoso «Seminario de los jueves», donde te juntabas con aficionados, curiosos, a estudiar e intercambiar ideas sobre distintos filósofos.

Sí, pero ahí había un jefe. «Empezamos a las nueve menos cuarto y llegaste tarde». ¿Quién dice eso? ¿Quién tenía la campanita con la que daba inicio al seminario? Después todos laburamos y yo también, y mucho. En principio más que los otros, si no no puedo tener campanita. La campanita tiene que sostenerse en algo. No es que la pelota la tengo yo y empezamos cuando yo lo dispongo. No es así. Tenés que tener la campanita porque vos ahí estás y das y das y das. Pero la verticalidad de que yo soy el capo, de que yo estudié con no sé quién, de que soy doctor y posdoctor, no valen nada. Yo la clase la pienso como un concierto. Silencio absoluto y escuchamos. Hay que estar concentrados aquí y ahora, no hay otra cosa. Después ensayamos y tocamos todos juntos.

Eso es un tema. Hace unos años los informes PISA decían que las aulas argentinas eran de las más ruidosas.

Bueno, pero eso es así en muchos lugares del mundo, no sólo en la Argentina. La diferencia es que en otros lugares a eso se lo señala como un problema, no como una ventaja. Acá lo que se hizo fue decir: «Qué bien, los chicos se expresan». ¡Los chicos se expresan! ¿Te das cuenta? Eso es lo que fue acá el kirchnerismo.

Pero, ¿no es algo más bien transversal a casi todos los partidos?

Es que eso no cambia porque se vaya un presidente fantoche y entre otro fantoche. Yo insisto en el kirchnerismo porque el kirchnerismo le dio mucha importancia a lo cultural. ¿A Macri sabés cuánto le importaba la cultura? Cero. Macri es un analfabeto. Un analfabeto que sabe leer. Pero los otros no. Mirá, a los países como los de la cortina de hierro, los soviéticos stalinistas, los países fascistas, les interesa la cultura porque ahí el aparato educativo es un aparato ideológico. Entonces ahí se hace el daño. Y al kirchnerismo le interesó mucho la cultura, desde la Biblioteca Nacional hasta la escuela primaria. Y ahí pega. Entonces por eso es mucho más responsable que el indiferente a la cultura, como pasa ahora con Milei, que dice que lo que vale es el éxito, al que llama libertad. Me recuerda a «Libertad y otras intoxicaciones», esa obra de teatro de Mario Trejo.

No hay propuesta educativa, de hecho. Hay propuesta de financiación, en todo caso.

La propuesta educativa es: vos sos libre de educarte. ¿Te querés educar? Educate. No querés leer ni escribir, no leas ni escribas. Bueno, yo creo que eso hace menos daño que el que dice: «Bueno, la cultura es esto y yo digo quién la ejerce y cómo se consume». Entonces van a la escuela primaria, al jardín, y dicen: «¿Ustedes saben que Roca fue un genocida y Sarmiento un criminal?». Y todo el mundo dice: «Qué bien, qué consciencia». Bueno, eso fue un desastre.

¿Vos ya te jubilaste como profesor?

No, yo voy a seguir siendo profesor siempre. Lo que sí dejé es el CBC [El Ciclo Básico Común es el curso obligatorio para ingresar a cualquier carrera de la Universidad de Buenos Aires] y el Seminario de los Jueves, después de treinta años.

¿Y eso te costó?

Sí, mucho. Me partió el alma. Pero tuve que decir: «Muchachos, hasta acá llegué».

Tomás Abraham para Jot Down

Antes hablaste de los «viejos», que es un tema sobre el que venís reflexionando mucho. ¿Te parece que hay una especie de gerontofobia?

Yo creo que para la sociedad los viejos son una población sobrante. ¿A quién le interesan? No es que la gente anda buscando viejos para matar, como en el Diario de la guerra del cerdo, aunque durante la pandemia había un poco de ganas de matar viejos, porque decían: hay tres camas, se presentan dos jóvenes y dos viejos. ¿Quién queda afuera? ¿Un joven o un viejo? Y un viejo, loco. ¡Un viejo! El viejo vivió; el joven tiene por vivir. Entonces todo el tiempo hacían esos cálculos, y los cálculos se siguen haciendo a nivel financiero y contable en el mundo, diciendo: ¿cuánto tiempo más vamos a bancar estas escalas de jubilación? El viejo vale si tiene buena guita y un Mercedes con chofer: eso vale una pija erecta. Pero en general es descartable.

Vayamos por un momento a tu adolescencia. Estuviste en el Mayo Francés. Pasabas por ahí, escuchaste a Cohn-Bendit y de pronto tu vida da un vuelco. ¿Cómo viviste esa experiencia y qué te queda hoy de todo eso?  

A mí me cambió. Yo fui a estudiar a Francia, porque acá se había cerrado todo y porque ahí estaba lo que me llamaba la atención, lo que yo quería, aunque después cuando llegué me encontré con otra cosa. Digamos que fui a buscar a Sartre y me encontré con Althusser y Foucault. Y además me encontré con la universidad… Yo venía de una universidad, la de la calle Independencia, donde todo era militancia, y cuando entré a La Sorbonne era como ir a un centro de vacunación: una cosa totalmente aburrida, con profesores de traje, corbata, chaleco, y alumnos con una apatía total. Y entonces, en el 68, boom: todo al carajo. A romper la universidad. Al carajo los profesores. Me acuerdo que Cohn-Bendit le hablaba a la nación. De Gaulle se fue de Francia. De Gaulle era un héroe legendario y se fue de Francia. Estaba buscando tanques en Bruselas. Y al país le hablaba Cohn-Bendit: un judío alemán de veintiún años, pelirrojo, gordito y con pecas. Yo la verdad no sé por qué me enamoré de eso, porque yo quería estudiar. Pero de repente se fue al diablo esa universidad y se fue al diablo ese protocolo que ellos tenían. Todo el mundo se tuteaba. Al profe se le decía: «¿Vos sos profe? Bueno, traeme una coca» [risas].

Yo participé como todo el mundo. Después se creo la universidad de Vincennes con la gente con la que había que estudiar. Nombraron a Foucault como director en el Departamento de Filosofía y entró ahí todo el grupo marxista, althusseriano, lacaniano. Entonces a mí me dio esta sensación de libertad, no como una cosa abstracta, sino como una sensación corporal, que me la dio también Foucault, como profe, y me la dieron las drogas que se usaban en ese momento. Y esa libertad consistía en la posibilidad de armar mi propio circo, y saber que el dueño del circo soy yo. Me dije: «Tengo que armar mi circo. Y si en mi circo se me escapan los leones, está bien, pero es mi circo». Entonces el 68 fue muy importante porque conocí a los profesores que yo quería, porque me sacó del corset sorbonniano y empecé mi camino.  

Ahora, después de todo esto, vos volvés a la Argentina y te ponés a trabajar en la fábrica de tu papá. ¿Cómo viviste eso? Lo pregunto porque vos venías de estudiar el concepto de poder en Foucault, en Deleuze, y de pronto tenés que manejar empleados…

Y sí, tuve contradicciones. En realidad contradicciones es poco decir.

¿Cómo las manejaste?

No las manejé. Eso no se maneja: eso te maneja. Yo tenía veinticinco. Mi papá era el dueño, y yo quería un sueldo. Yo no fui a manejar obreros: yo quería un sueldo. No tenía un mango, y todos los laburos que encontraba acá no me alcanzaban para nada. ¿Qué podía hacer? ¿Dar clases de francés? De filosofía ni soñar. ¿Adónde iba a entrar? ¿Quién era yo? No conocía a nadie y no me conocía nadie.

En algún momento, un poco más adelante, abriste un colegio de filosofía.

Pude crear un colegio de filosofía, pero, ¿cómo hacía para pagar un alquiler, pagar las expensas, contratar profesores? Era imposible. Además daba clases en la Facultad de Arquitectura por cuatro pesos, porque no te pagaban ni los viáticos. Encima el cheque que me dieron no lo pude cobrar nunca. ¿Cómo vivía yo de eso? Tuve que volver a la fábrica. La empresa fue mi soporte para poder dedicarme a la filosofía. El sueldo docente a mí no me bastaba para tener una familia, para tener hijos, para tener una casa, para comprarme un auto, y tantas cosas. Aparte yo necesitaba libertad para dar clases de lo que quiero, con quien quiero, sin entrar en la rosca de la política universitaria. A mí si me querían enganchar en alguna rosca política yo me iba. El circo era mío, y si me dejaban hacer mi circo yo estaba. Y tuve la enorme suerte de entrar en el 84 en la Universidad de Buenos Aires, en un momento de quilombo, cuando inventaron el CBC, el Congreso Pedagógico. Me acuerdo que volvían los exiliados por todas partes, entraba todo el mundo a la universidad y de repente yo entré como profesor, sin antecedentes. En todo caso, el único antecedente era que los decanos habían sido mis alumnos durante la dictadura, en cursitos semiclandestinos, y también había un par de escritos que había publicado. De algún lado me conocían.

Tomás Abraham para Jot Down

En los últimos años, volvamos de nuevo al presente, en tu obra hubo una especie de quiebre, un giro hacia lo autobiográfico y hacia un tipo de ensayo muy en la línea de Montaigne. Escribiste La dificultad, que es una novela que vos definiste como «ficción» pero está basada en tu vida; escribiste Mis héroes, sobre aquellas personalidades a las que admirás; escribiste La matanza negada, sobre tus padres y Rumania; y finalmente este libro del que hablábamos, Diarios de un abuelo salvaje. ¿A qué búsqueda responde el conjunto de estas narraciones?

Supongo que a necesidades que fui sintiendo. La dificultad lo escribí porque tenía realmente una dificultad y quería entender algo. Yo empecé mi vida filosófica, en el sentido de académica, a los treinta y siete años. Hasta ese momento vivía una vida muy retirada: iba a la fábrica, volvía y trataba de hacer una familia. No tenía una inserción cultural. Estudiaba para mí. Lo hice durante doce años. En todo ese tiempo nadie tenía la menor idea de quién era yo. Conocí a mi esposa de hoy a los treinta y siete, y todos los amigos que encontré en el mundo universitario los conocí a partir de los treinta y siete. Entonces quería entender por qué yo sentía que hasta esa edad había vivido en una caverna. Quería contar cómo es vivir en una caverna.

¿De qué tipo de caverna hablás?

Vivir en una caverna es vivir con angustia. Yo sentía opresión, angustia. Tenía distintos tipos de temores: temores a que me dejen, temores de abandono, temores de no poder hablar, porque era muy tartamudo y no podía comunicarme con nadie; temores de mi papá, mucho miedo a mi papá, a quien yo adoraba. Tenía miedo por no recibir caricias de mamá. Miedo a estar solo. Muchos miedos y varias vergüenzas, que siempre me acompañaban. Cambiaba de país, cambiaba de todo, pero siempre venían conmigo.

¿Y cómo saliste?

Bueno, yo quise escribir La dificultad para entender eso. Desde el año 72 hasta el 84 había vivido en una caverna muy dura, dura para mí, no por el país, aunque por el país también. Yo elegía gente muy especial para que se perpetuara mi presencia en la caverna, es decir, no me metía en la caverna porque afuera estaban los lobos: me metía porque adentro estaban los lobos.

¿Eso lo entendiste con la escritura del libro?

Lo que yo quería entender era por qué me llevó tanta vida salir de la caverna cuando para salir tenía que hacer una sola cosa, que era salir.

Simple.

Sí. Me llevó dos pasos: hice uno, miré, hice el otro, y ya estaba afuera. Y miré otra vez y ya la caverna estaba del otro lado. ¿Cómo hice? Eso es lo que yo no entendía. En marzo del 84 yo me fui de mi casa, me fui de la fábrica, me fui del psicoanalista de los últimos ocho años, y no volví. Y estaba en mi mundo. ¿Por qué no lo hice antes? No lo resolví. Porque uno no se conoce a sí mismo. Esa cosa de «conócete a ti mismo», de Delfos, fue el mejor engaño de la pitonisa.

Pero, ¿la escritura no te ayudó a entender un poco más?

La escritura me sirvió para escribir un libro que me gusta mucho, que me encanta [risas], y que me permitió algo que creo que es fantástico, y tiene que ver con la escritura. Yo creo que escribir es jugar.

¿En ese libro lo entendiste?

En ese libro, particularmente, por lo que expongo. Porque hay un drama. Escribir es jugar con el drama. Si escribo un libro sobre Foucault, sobre filosofía de no sé qué, el juego va por otro lado, por las ideas. Pero acá estás jugando con la experiencia. Yo no escribí un libro de memorias: yo jugué. A los lobos de la caverna los pinté de violeta. ¿Viste cómo hacían en las cavernas los primeros pintores? Pintaban los bisontes, jugaban. Eso me dio un gran placer.

¿Y nunca sentiste la tentación de escribir ficción?

No, porque me aburre la fantasía. Yo tengo fantasías tan infantiles como ganar el premio Nobel o medir un metro noventa. En realidad no tengo fantasía. En todo caso tengo imaginación. A mí me gusta la estructura del cuento, el formato, porque lo que me gusta hacer, dentro de mi terreno, es contar ideas, que es lo que hace un profesor.

Cuando salió el libro La dificultad me contaste que estabas escribiendo sobre filósofos que dejan la filosofía, la abandonan, y se acercan más a lo espiritual. ¿Qué pasó con ese proyecto?

No sé… La verdad no me acuerdo. A lo mejor lo tenía, pero no lo recuerdo.

En varios escritos contaste que en algún momento te han discriminado por el hecho de ser judío. ¿Hoy no advertís un rebrote de antisemitismo, en Argentina y en el mundo, a partir del ataque terrorista de Hamas y el posterior bombardeo a Gaza?

Bueno, mi padre no me pudo inscribir en un colegio privado bilingüe, laico, porque era judío. No me pude asociar a un club de tenis por la misma razón. Toda mi generación conoció el antisemitismo. Pero que no rompan las pelotas. Lo que sucede entre israelíes y palestinos no es un capítulo más de la historia del antisemitismo. Después de Auschwitz que no jodan. Siempre va a haber un pelotudo que ponga una esvástica, más bien. Y siempre va a haber alguien que aproveche lo de Gaza para decir que los judíos son como los nazis, pero porque ya era antisemita antes. Yo soy judío. El problema es otro. No es un tema de antisemitismo. Este es un tema político que tiene Israel, que se metió en un berenjenal hace bastante tiempo y que tiene costos en vidas todo el tiempo. No es un problema de los judíos. En todo caso es un problema de los judíos en tanto que la existencia del estado de Israel es algo que para los judíos, para mí, es algo sensible. Pero acá las víctimas no son los judíos: no pertenece a la historia del antisemitismo todo este episodio. Entonces todos aquellos que empiezan a hablar de estos temas usando el Holocausto de escudo le hacen un grave daño a la heroica y trágica historia del pueblo judío. Le hacen un grave daño, como también lo está haciendo ahora el presidente que tenemos. Creo que hacen falta voces como la de Amos OzDavid Grossman, en especial la de Daniel Baremboin, que entienden que la lucha de palestinos e israelíes es la misma y que deben convivir, y no tiene nada que ver con este dispositivo sangriento que multiplica las víctimas inocentes durante décadas.

¿Te parece que el judaísmo incipiente de Milei es parte de una pose?

No sé ni me importa. Lo que entiendo es que nos hace muy mal a los judíos. Los judíos no somos todos religiosos, no somos todos ortodoxos, ni fanáticos. Los judíos somos muchas otras cosas además de judíos. Y Milei no puede usar la televisión pública para que le dedique dos horas a Hannukkah. ¡Es el canal público! Y en el discurso en el Congreso, de espaldas al Congreso, también se puso a hablar de Hannukkah. ¿Qué carajo está haciendo? Ahora muchos se confunden porque creen que el dios de los judíos es Conan, un perro. Todo esto tiene un aspecto patafísico, tipo Alfred Jarry. ¡Nos gobierna el rey Ubú! [risas].

Tomás Abraham para Jot Down

¿Cómo analizás este primer mes de gobierno?

Mirá, no lo analizo en términos de derechas o izquierdas. Milei no sabemos qué es. Es lo que es. Se va haciendo. Hace un año jugaba a la pelota en la calle y ahora es presidente. No sabemos qué es. Es algo así como libertariano, que es un pequeño círculo político ultrarreaccionario de Estados Unidos. Es la ideología del capitalismo salvaje. Digamos que, si el capitalismo tiene algo de salvaje, es esa doctrina. El maestro doctrinario de Milei dice que Joseph McCarthy es uno de los principales políticos del siglo XX de Estados Unidos y que al Ku Klux Klan habría que revalorizarlo. Pero yo no sé si Milei es de derecha. Cuando Perón aparece en la década del cuarenta, ¿cuál era la escuela de Perón? Mussolini, el corporativismo fascista. Aprendió eso, le gustaba eso y se formó en eso. Sus amigos y colegas del ejército simpatizaban con HitlerEvita salía de gira para darle el apoyo argentino al general Franco. El peronismo fue una versión monstruosa del fascismo: es un fuera de especie, con otra base social y otra apropiación del Estado, totalmente distinta. Este es un libertariano. A lo mejor puede ser igual que Perón: quizás hace un monstruo, otro fuera de especie. ¿Y si de repente hace la reforma agraria?

¿Lo ves haciendo la reforma agraria?

Pero andá a saber. Recién está con el chiche. A mí me hace pensar en Peter Sellers. Yo diría que es como ese Peter Sellers que va de El Jardinero al Doctor insólito. Empieza como el jardinero. Es un tipo al que lo agarra Eurnekian o quien sea, y le dice: vos estás bien en la tele, discutís bien, vení para acá, y de pronto es presidente. Y el presidente, ahora, está con la hermana, en una casa con parque, los perros corren, y tiene que decidir distintas cosas como la reforma laboral, y dice: «Si no me hacen caso pongo la bomba». Como Peter Sellers. Pongo la bomba, ¡no jodan que pongo la bomba!

¿Por qué te parece que ganó?

Porque Cristina [Kirchner] y Mauricio [Macri] se enamoraron uno del otro. Cada vez que hablaban se miraban entre sí. Era un grieta pasional sin proyecto de maternidad y paternidad. Pero nació Milei. Y se parece a los dos. Tiene un poco de uno, que es eso de «después de mí la Bomba y voy por todo»; y un poco del otro: «Préstenme guita y que la deuda se las pague el perro». Milei ganó porque dejaron tierra arrasada los dos.

También ganó usando un significante que para vos es muy importante, que es el de libertad. Pero, ¿de qué se trata esa libertad de la que habla Milei?

Significa que el que tiene billetes se los ganó y los disfruta; y el que no los tiene, que se joda: hubiera hecho guita. Ah, ¿no la hiciste? Habrá sido porque no se te ocurrió nada. ¿A quién le vas a echar la culpa? ¿Qué querés, que el Estado te pague porque no tuviste ideas? ¿A quién se la saco? ¿Al que tuvo una idea? ¡Qué injusticia, loco! [risas].

Es como una variante del apartheid. No existe esa libertad. Eso no es libertad. La libertad en términos políticos y sociales tiene que ver con la ley y con derechos. No es metafísica, ni ética, ni nada por el estilo. Tiene que ver con libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de asociación, libertad de minorías y una serie de medidas legales que garantizan una distribución del poder, es decir: que el explotado, el débil, el vulnerable, el desocupado, el despedido, el estafado, el humillado, esté representado por alguien que tenga poder. Esa es la libertad. Que las armas y el dinero no gobiernen del todo. Se trata de ponerle límites a las armas y al dinero, que son las dos cosas que han mandado en cualquier sociedad: el que tiene el poder que da la riqueza, tiene las armas y gobierna. El punto es que se inventó algo por lo cual la división de poderes, imperfecta, pone un contorno, marca un límite, y ahí empieza la puja: fortaleza del poder judicial para resistir intromisiones, resistencia de las instituciones a las presiones del poder económico, o del Estado para defender una autonomía en sus decisiones. Esa es la democracia. Y la democracia siempre está al borde de algo: es inestable porque hay una puja. Y ahí está la libertad, dentro de ese proceso, en medio de conflictos y luchas. No hay otra libertad. Y esa libertad de la que habla Milei es la de la ideología del capitalismo salvaje, que significa: cada uno se las arregla como puede y como quiere. Y el Estado, cuanto menos gobierne, mejor. No es el liberalismo clásico: es lo más desalmado y lo más sádico que se te pueda ocurrir. Lo que no quiere decir que Milei sea eso. Porque Milei no se conoce a sí mismo. Está en un proceso de búsqueda de identidad que es típico de una adolescencia tardía.  

Pero hace muchos años que está defendiendo las mismas ideas…

Claro, él tiene estas ideas, esos pocos libros que leyó y repite, pero es pobrísimo: es muy pobre en ideas, intelectualmente casi nulo. Pero de repente nos puede sorprender en la medida en que paladee los beneficios del poder y busque consensos que lo fortalezcan y deje de lucrar con ese asunto de la casta. Yo te digo una cosa: no me pongo a llorar. Los que están con el fantasma de que Victoria Villarruel [actual vicepresidente] nos va a mandar los tanques y condecorar genocidas y cosas por el estilo son los que estuvieron gobernando en los últimos veinte años con eso de la «maravillosa juventud», y yo tampoco los quiero. No los quiero. Lo único que espero es que este tipo no arme un desastre. Porque es capaz de armar un gran desastre. Como no va a poder hacer todo lo que quiere, que es la bomba, de repente andá a saber con qué se viene. A lo mejor se va, porque no lo siguen, como los ratones al flautista. Y hacemos elecciones, gana Axel Kicillof [actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, de signo político peronista] y empezamos con otro baile que tampoco va a ser una bachata sino más bien otro réquiem.

¿Cuándo empezaste a tenerlo en el radar a Milei?

Mirá, yo escribí y publiqué el primer artículo largo, meditado, elaborado, en agosto del año pasado, cuando nadie lo hacía, contra Milei. En ese momento se pensaba que iba a ganar Sergio Massa [Ex Ministro de Economía y candidato a presidente por el peronismo]. Y escribí que había que tener cuidado, porque es un aventurero peligroso. Me leí las cincuenta y dos páginas de la plataforma de La Libertad Avanza. Es decir, yo no jugué para Milei. Yo voté a Massa, aunque no me gusta, porque a Milei no lo quiero. Pero ahora que está, me pongo a mirar.

¿Pensás que tiene arreglo la Argentina?

Yo soy pesimista y optimista a la vez. Tengo hijos, tengo nietos. La Argentina tiene que ir para adelante. La Argentina tiene gente sana, nuevas generaciones, nuevas ideas. Va a tener su oportunidad, o la va a ir teniendo de a poco. Yo amo a la Argentina: por eso mi bronca. Este es mi lugar, es mi hogar. Yo me hice argentino: a mí no me la regalaron, a la Argentina, no me la legaron. Yo aprendí el idioma, aprendí a escribir, hice mi hogar. ¿Cómo voy a decir que no tiene arreglo? El hombre fue a la luna hace más de medio siglo. ¿Cómo no va a tener arreglo? Además no entiendo cómo hay gente que puede decir que todo es mejor en Alemania porque está todo ordenado y a horario mientras los racistas ganan terreno. ¿Para qué quiero yo eso? Mirá, yo no jodo con lo que está pasando, pero no me pongo como la clase media intelectual y la clase alta ilustrada a poner velas porque gobierna la derecha. ¿Quienes son los ofendidos? ¿Los progres? ¿Los progres de qué? ¿La izquierda de qué? ¿Qué quiere decir izquierda? ¿Qué macabra historia tienen detrás de sí? ¿Los peronistas? ¿Los nostálgicos de Isabel y López Rega? [María Estela Martínez de Perón, ex presidente; José López Rega, Ministro de Bienestar Social y líder de un grupo parapolicial anticomunista], ¿De Firmenich y Menem? [Marío Firmenich, ex montonero; Carlos Saúl Menem, ex presidente] ¿Del secreto financiero de los Kirchner? No son más que placebos ideológicos.  Yo no quiero que cierre el Fondo Nacional de las Artes ni que despidan a nadie que necesite ganarse el pan, y no sé cuántos laburan en Télam [Agencia Nacional de Noticias de Argentina] ni en la Televisión Pública, ni en el ministerio de Desarrollo Social; pero, en los organismos públicos, ¿a cuántos no dejaron entrar? ¿A cuántos cancelaron? ¿A cuántos ningunearon? ¿A cuántos discriminaron en nombre de la cultura y de la militancia? ¿Ahora se acuerdan de lo que es la democracia?

22 febrero 2024 at 13:30 2 comentarios

ENTREVISTA (de mariano pacheco.Perfil)

Un cuerpo lleno de ideas

En los años ochenta fundó el Colegio Argentino de Filosofía, la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante décadas distintos actores se reunieron semanalmente a estudiar y debatir. Su último libro publicado, en 2023, se titula Diario de un abuelo salvaje, pero su imagen se parece más a la de un guerrero del pensamiento que contagia entusiasmo, que a la de un típico abuelo. ¿Cómo definir entonces a Tomás Abraham? Bisagra, tensiones, invenciones, voz propia, oficio, filosofía son algunos de los términos que podrían ayudarnos a realizar una aproximación a su figura. Diálogo fecundo con un intelectual infatigable y polifacético.

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Tomás Abraham. | néstor grassi

Mariano Pacheco

11-02-2024 02:43

Primero fue un cruce de mensajes por redes sociales, a propósito de un texto sobre el filósofo (una suerte de perfil) publicado por este cronista en un portal; luego un intercambio muy breve de mensajes por WhatsApp para coordinar una reunión presencial; más tarde un encuentro en su estudio, pautado con un horario de inicio pero no de finalización. El día en que lo visité era la primera vez que lo veía en persona; más allá de que lo había leído en muchas ocasiones y escuchado en radio, en podcasts, o visto en videos de YouTube, nunca había asistido a sus cursos y charlas o presentaciones de libros. Me recibió con un apretón de manos, me despidió con un abrazo. intercambiamos libros, hablamos de filosofía durante horas, nos reímos. Ese día, de todos modos, no filmamos, no grabamos, no tomé apuntes, como suelo hacerlo, en una libreta o un cuaderno. Solo conversamos. “Sobre todo esto que me proponés para la entrevista necesito pensar, y para eso necesito un tiempo”. Después cruzamos nuevamente unos e-mails y sobre ese intercambio surge este texto de diálogo sobre la historia, actualidad y porvenir de la filosofía. 

Un hardware del pensamiento

Filósofo, escritor, docente serían las figuras que mejor nos permitirían definir a este hombre polifacético que ha entregado gran parte de su vida a tratar de pensar, sea al escribir un libro o columna periodística o al hablar en un aula, una sala de conferencias, o un estudio de radio o de televisión. Parece sencillo, pero vaya si esas actividades implican una gran dificultad. Es que no es fácil pensar, sumergidos como estamos en el reino de la opinión, de la facilidad y de la sordera que implica el sostenimiento de monólogos sin conversación. Pero en Abraham, para quien la filosofía implica problemas y confrontación de ideas, no parece poder llevarse adelante este oficio sin discusión: con quienes se ha leído, con quienes se charla.

En los años 80 fundó el Colegio Argentino de Filosofía (espacio que dirigió hasta 1992), la Cátedra de Filosofía en el Ciclo Básico Común (CBC), el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves, en el que durante años se reunieron semanalmente a estudiar, debatir y elaborar propuestas que en más de una ocasión derivaron en la publicación de libros. Durante la primera mitad de la década del 90 se dedicó de lleno al proyecto de la revista La Caja, que llegó a editar diez números. Para entonces ya era un personaje público, en una década en la que publicó varios libros y apareció su nombre en la columna de varios medios de comunicación, desde El Porteño hasta la revista de cine El Amante. Durante los años kirchneristas participó fuerte de los debates políticos de la coyuntura, pero luego realizó una suerte de movimiento de repliegue. Durante estas últimas cuatro décadas publicó una treintena de libros y cientos de artículos en diarios y revistas. Fue invitado a otros países a dictar cursos y llevó adelante en Argentina numerosas charlas y conferencias, en las que la filosofía siempre estuvo en el centro de la escena. 

Tomás Abraham: “Se ha despreciado el estudio en nombre de nada”

Para Abraham, la filosofía conforma uno de los núcleos duros del pensamiento, como pueden serlo las matemáticas. Una suerte de hardware, más allá de que la primera sea parte de un arte del pensar y la segunda, una disciplina científica; un arte que se compone de ideas, como la música lo hace con notas. “Las ideas son imágenes visuales y acústicas que reúnen singularidades lingüísticas en conceptos”, sostiene este escritor húngaro-argentino, y se apresura en aclarar: “Estas ideas no se escriben con mayúsculas, como se cree. No son el Bien, la Verdad, lo Bello. No son universales abstractos. Se trata de soplos pensantes que emergen en cualquier género”. Desde esta mirada, la filosofía no es un género en sí mismo, sino que se expresa en aforismos, tratados, sistemas, ensayos, diarios… Y también se hace presente en novelas, cuentos o poesías. “Se ofrece por retazos. No tiene por qué venir toda junta ni con una nomenclatura o jerga específica”, remata. 

 —¿Y cuál es el modo específico en que usted entiende la filosofía?

—Mi trabajo filosófico se inspira en cuatro fuentes. Una es la de la road movie, que a su vez nace en Jack Kerouac. Un viaje, el cruce de caminos, bifurcaciones y obstáculos. En Hermann Hesse y el Bildungsroman, las novelas de aprendizaje. Una educación. Un ser que se hace a sí mismo por sus encuentros y conflictos con otros. En Gilles Deleuze y su idea de rizoma. Me refiero a la importancia del azar. La bienvenida de lo inesperado. El seguimiento de una línea de fuga que busca las salidas. Y en los muralistas mejicanos, como Orozco y Rivera, la exposición de una historia en simultáneo, tiempo horizontal. El destino. Como decía Séneca: “Hay azar, hay destino, filosofemos”.

El trabajo del duelo

“El duelo por la muerte de Hegel debe terminar”, sostiene Abraham, quien subraya que no podemos andar por la vida actual llorando la falta de un Napoleón, es decir, de un Gran Jefe o Gran Sabio. Eso equivaldría a vivir como en un sainete grotesco, en el que se lamenta de que no haya más utopías ni valores de un supuesto pasado.

Michel Foucault definía el nihilismo con una pregunta: ¿qué tipo de vida podemos imaginar si no hay Verdad? El docente y escritor la rescata para insistir en la idea de que no quiere decir que todo dé lo mismo, sino por el contrario, que se trata de afirmar valores de vida, de libertad, sin que los justifiquen fundamentos trascendentes, salirse de uno mismo sin saber muy bien hacia dónde, porque si algo enseña la filosofía es que hay tantas respuestas como puntos de partida, porque desde esta perspectiva la única trascendencia es la del punto de partida. 

“La filosofía en su primer envase, me refiero a Platón, no tiene fecha de vencimiento. Mientras haya escritura hay filosofía porque hablamos de un arte de la ignorancia. Del solo sé que nada sé socrático. El día en que todo se sepa porque todo se pueda, ya no habrá humanidad. La Tierra será un planeta muerto. Las concepciones del mundo y las visiones integristas o totalizadoras están en los depósitos de las sectas. Cada vez hay más mercancías salvíficas. No esperemos grandes sistemas ni grandes maestros”. 
 

Clásico y contemporáneo

Abraham comenta que, si bien no tiene tiempo ni ganas de interactuar o participar en discusiones sobre la actualidad, lo cierto es que las redes sociales se han transformado en lo que entiende es un nuevo canal para difundir su trabajo. “Últimamente he usado las redes con más insistencia”, dice, y cuenta que desde hace dieciséis años mantiene abierto su blog, Pan Rayado, en donde publicó más de mil textos de su autoría, anticipos de próximos libros, un work in progress, y en el cual hay subidos casi una docena de libros suyos, que pueden descargarse de manera gratuita. Desde hace cinco años también publica textos en Facebook y más recientemente comenzó a tener presencia en Instagram. En octubre de 2022 estrenó en su canal de YouTube la serie Mis libros, realizada por el profesor Gustavo Romero, que cuenta con veintisiete capítulos de una hora y media cada uno (también allí pueden encontrarse algunos ciclos de clases y conferencias). Durante la pandemia organizó un seminario virtual de filosofía, “El filozoom”, que duró un año y contó con varios invitados, dedicado a pensar la Década Infame, el período histórico argentino que va de 1930 y 1943. Así y todo, dice, ahora tiene ganas de volver a dar clases presenciales. 

—¿Cómo cree que debería posicionarse el modo clásico de ejercicio de la filosofía (clases presenciales, libros y revistas) ante estas nuevas formas de circulación de la palabra, en formatos donde prima la imagen, la brevedad, la instantaneidad?

—El modo en que concibo la filosofía es como un trabajo. Es un aprendizaje basado en la lectura, en la escritura, en la oralidad, en base a discusiones y exposiciones. Su mejor implementación se da en el Seminario, en el que hay un director que es, además, alumno que coordina la práctica grupal. Debe tener ejes temáticos y una regularidad sin fallas. Lo llevé a cabo desde que ingresé como docente en la Universidad de Buenos Aires y, antes, en el Colegio Argentino de Filosofía y el Seminario de los Jueves. Fueron treinta años de reuniones semanales, que entre otras cuestiones dejaron siete libros publicados, con decenas de autores. Cuando vuelva a dar clases presenciales, veré qué modificaciones existen en las nuevas generaciones. Yo soy un profesor clásico en el sentido de que me gustan el pizarrón, la tiza y el borrador, me gusta que los alumnos me miren cuando hablo, que no usen celular, que no tomen mate. Para mí una clase es como un concierto: exige escucha, concentración y un aquí y ahora total.

—¿Qué cree que tiene para aportar la filosofía, tal como usted la entiende, la vida en este mundo contemporáneo, y cómo puede expresarse?

—La filosofía no existe como existió en el siglo XIX, eso está claro. Michel Foucault decía que buscaba fragmentos filosóficos en el terreno de la historia. Wittgenstein elaboró fragmentos filosóficos a partir del habla cotidiana y Heidegger, los suyos en las espiritualidades griegas. 

Filósofos de hoy hablan en exceso sobre las enfermedades del presente. Llámese era del vacío, la del cansancio, la del hiperconsumo, la vida líquida, la posverdad. Siempre hablan de la salud, de la de ellos. Los filósofos del siglo XVIII y XIX, aquellos grandes, nos hablaban desde la enfermedad, también la de ellos. La enfermedad de Nietzsche, la de Kierkegaard, nadie puede decir que Schopenhauer difundía y disfrutaba de una vida feliz. Ni hablar de Rousseau. Eran sabios y místicos tullidos. Comte se quiso matar. Marx, cambiar el mundo de una buena vez y para siempre. La enfermedad es una gran consejera. Gombrowicz sabía lo que decía cuando se burlaba del ser para la muerte de los filósofos. La enfermedad es el sitio del que brotan los pensamientos. ¿Conocen a Kafka? ¿Deleuze, el tuberculoso? ¿Dostoievski? ¿Poe? Ah, son escritores, ¿y quien dice que los mejores fragmentos filosóficos no puedan estar en cierta literatura?   

Tomás Abraham

La filosofía es un género literario. Lo inventó Platón. Desde mi punto de vista, el ensayo es el género que mejor le cuaja y con el cual puede seguir desarrollándose. El ensayo es pariente de la novela. Dice Alfonso Reyes: “El ensayo es el centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede responder al orbe circular y cerrado de los antiguos sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”. Y agrega Octavio Paz: “El ensayista tiene que ser diverso, penetrante, agudo, novedoso, y dominar el arte difícil de los puntos suspensivos. 

No agota su tema, no compila ni sistematiza, explora… La prosa del ensayo fluye viva, nunca en línea recta. Equidistante siempre de los dos extremos que sin cesar siempre la acechan: el tratado y el aforismo. Dos formas de la congelación”.

Cuando se define el arte de la novela, se dice más o menos lo mismo que se dice para definir el ensayo. El Sartre de El idiota de la familia, en sus tres tomos inacabados, dice en su soberbio parecer que es una novela, porque allí hay de todo. El ensayo entonces puede ser novelesco, abarcar un proceso abierto indecidible, o limitarse y escribirse con la estructura narrativa de un cuento. 

Democracia y vida nacional

Para 1983 Abraham tenía 37 años y, si bien había estudiado filosofía en Francia y viajado por algunos lugares del mundo, su vida estaba aún más vinculada con la tradición paterna del negocio textil (producción de medias) que con la filosofía. Sin embargo, durante los últimos años de la dictadura, había coordinado algún grupo de estudios al que asistieron personas que serían claves en la reorganización del currículo de la Universidad de Buenos Aires en los años por venir. Esas circunstancias, sumadas a un intenso trabajo terapéutico (psicoanalítico), lo llevaron a empezar una nueva vida cuando estaba por ingresar en la cuarta década de existencia. 

—Cumplidos cuarenta años de democracia en Argentina, ¿cómo ve en retrospectiva lo que ha sido la enseñanza de filosofía en la universidad pública?

—He llevado a cabo una labor particularmente intensa en la Universidad de Buenos Aires desde el 24 de abril de 1984 hasta mi jubilación, en diciembre del 2015, tanto en la Facultad de Psicología como en la Facultad de Arquitectura, así como también dicté cursos en otras facultades. Pero mi casa matriz fue el Ciclo Básico Común, como para otros. Difundí la obra de Michel Foucault cuando no era conocido por nadie y la población universitaria, docentes y alumnos, eran peronistas, marxistas o liberales, y rechazaban mi trabajo sobre su pensamiento por extranjerizante y petardista. 

Por eso me quisieron echar, aunque no pudieron. Enseñé en la cárcel e hice conocer las monografías de mis alumnos de la cárcel de Devoto a los alumnos del CBC, para que vieran lo que puede hacer el estudio en situaciones de encierro. El día de un aniversario de la muerte de Foucault, mis alumnos esposados hicieron una mesa redonda en el Centro Cultural Rojas ante el espanto de las autoridades de la Facultad de Psicología, que esponsoreaba el evento.

Formé una cátedra rompiendo todos los protocolos de la universidad, con docentes sin estudios universitarios, a veces sin el bachillerato aprobado, lo hice de acuerdo a su pasión por el estudio, por la entrega y por esa chispa que tiene quien quiere enseñar con todas sus energías. Hicimos del estudio un arte comprometido que nos permitió seguir aprendiendo y enseñando. 

Busqué compañeros y colegas en todos los ambientes: literarios, científicos, de la plástica, músicos, estudiantes, psicólogos, comerciantes, libreros, contadores, arquitectos. 

Tuve suerte. Me rodeé de talentos que les dieron a miles de estudiantes lo mejor de sí. Fue una gran vida filosófica que llevamos a cabo en nuestra universidad pública. Esa fue mi experiencia. 

Invenciones y legados 

Abraham prefiere los héroes a los ídolos, porque los ídolos empequeñecen. Nietzsche, pero sobre todo Sartre (el joven Sartre), y más aún Deleuze y Foucault (de quienes tanto escribió), le permitieron abrir caminos. Leerlos fue en su vida una suerte de alimento que fortaleció un cuerpo de ideas para llevar adelante la escritura. Casi que nos vemos tentados a decir “sus maestros”, aquellos que con su escritura, sus cursos, su quehacer filosófico, lo invitaron a ingresar a su mundo, a partir del cual fue posible gestar otro propio.

—Por último le quería preguntar qué es lo que más rescata de lo que fue su “atípica” formación filosófica…

—Rescato todo. Fui alumno de la universidad francesa antes y después de su demolición, en 1968. Fue un milagro. De una universidad vetusta, burocrática, solemne, anacrónica, apática, el Mayo Francés abrió un boquete de libertad. 

Se fundó la universidad de Vincennes y aparecieron Foucault, Badiou, Rancière, Balibar, Châtelet, Guattari, Deleuze, Poulantzas, Leclaire, en un clima delirante, caótico, en donde un alumno como yo, ávido de filosofía, corría de un claustro a otro para pescar palabras maravillosas antes de que el bullicio asambleísta las hicieran callar.

Esas palabras me las traje a la Argentina y durante doce años las regué en soledad hasta que la dictadura se retiró de la escena política, vino Raúl Alfonsín, y me presenté para ofrecer mi trabajo. Pude cumplir el sueño de toda mi vida: ser profesor de Filosofía. 

¿Lo que rescato? No haber cedido en mi deseo.

22 febrero 2024 at 13:24 Deja un comentario

ENTREVISTA

22 febrero 2024 at 13:22 Deja un comentario

La vida es bella (Diario Perfil, 9/12/2023) Por los 40 años de democracia

PERFIL DEMOCRACIA
LA VIDA ES BELLA
¿Quieren una prueba más contundente de que la democracia argentina funciona como los dioses que el hecho de que Milei sea presidente?

Continue Reading 11 diciembre 2023 at 19:01 9 comentarios

ENTREVISTA

https://www.lagaceta.com.ar/nota/1004060/la-gaceta-literaria/tomas-abraham-tengo-mente-voraz-piensa-todo-tiempo.html?fbclid=IwAR39ZqpI3ZnHLp6Yw_hCMsHQrRKv5E1XheYOq8jcPK1DFBih6IU5OpsogPM

3 septiembre 2023 at 12:31 2 comentarios

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